Lo que me indigna

Nuestro día a día

¿Sabéis lo que estaría bien? Vivir un día sin agresiones. Que me siento como las mujeres a las que Nuria Varela dedica su último libro ‘Cansadas’dice algo así como «a aquellas mujeres que se levantan cansadas y se acuestan agotadas». Pues así estamos. Os voy a contar tres historias, dos las he vivido yo, la otra tiene como protagonista a mi amiga del alma, a mi hermana. Y las tres historias han sucedido en el período de una semana, que no hacen falta muchos días para que las mujeres suframos la violencia del terrorismo machista de mierda este.

El taxista que espera

El verano es mi época favorita del año. Soporto el calor mucho mejor que el frío. Madrid se vacía y tiene plagado su calendario de fiestas patronales y de barrios. Así que ahí estaba yo en La Latina recién llegada de un gran viaje, dispuesta a no sufrir la melancolía, a bailar en el asfalto, a abrazar a mi gente. Cuando me quise dar cuenta eran las tres de la madrugada y quería regresar a casa. Deje la electrocumbia atrás y me sumergí en calles repletas de personas, de altavoces a todo volumen, de suelos mojados por las cervezas vertidas.

Notaba la invasión de las miradas de arriba a abajo de algunos tíos, así que me miré a mí misma para ver… Llevaba una falda corta y un top más corto aún. ¡Cómo no pude darme cuenta de que iba provocando!. Que a veces se me pasa por la cabeza que las mujeres somos libres para vestir como queramos y resulta que no es así.

Como quería evitar una violación y lo que conlleva tener que denunciarla; ya sabéis, justificar el motivo por el que iba vestida de ese modo, explicar qué hacía a esas horas de la noche sola, argumentar si forcejeé o no lo suficiente, si me excite, si lubrique, en fin, ya sabéis esas cosas típicas de las violaciones a las mujeres; decidí volver en taxi.

Las primeras palabras del taxista al entrar fueron: «¿Qué tal guapa?, ¿Estás cansadita?. Y pensé que quizás habría sido mejor ir andando y aguantar las miradas, los malditos piropos… al menos ahí podría yo qué sé, gritar, correr, esconderme pero dentro del coche estás aún más atrapada. Durante el trayecto miraba por la ventana y veía a grupos de chicos riendo en la calle, a algunos hombres caminando solos y pensaba qué suerte tienen joder…, qué bien se lo han montado. Llegué a casa, pagué y antes de bajar del taxi, el conductor me dijo: «Me quedo esperando hasta que entres al portal, que nunca se sabe lo que te puede pasar».

Esto no es la primera vez que me sucede, en ocasiones los taxistas se quedan aguardando en la carretera pero nunca antes me habían explicado el motivo. Tuve una sensación de agradecimiento y al mismo tiempo de impotencia y enfado.

A las mujeres nos sale muy caro permanecer sanas y salvas cada día. Porque a mí lo que realmente me hubiera gustado es regresar a casa caminando. Me flipa la ciudad de noche. Pero no pude hacerlo por temor a poner en riesgo mi cuerpo, mi vida. ¿Dónde queda ahí mi libertad? Y nos sale caro porque esto también es una agresión de carácter económico, porque para regresar sana y salva tengo que agarrar un taxi que tengo que pagar, y no ir andando que es gratis.

Luego cuando salgan los resultados del PIB, ese indicador maravilloso que mide el supuesto bienestar y desarrollo económico de los países en función del volumen de consumo que se realiza, saldrá que España va mejor. Pues que sepáis que ahí están todos los taxis que tenemos que consumir las mujeres, y por tanto pagar, para que no nos acosen, nos violen o nos maten. Tened claro que en ese cálculo no se tiene en cuenta nuestro miedo.

El que te ofrece leche fresquita

Esta historia es la que vivió mi amiga, vamos a llamarla D.

D. se acaba de mudar hace poco, vive sola y no conoce al vecindario. El otro día estaba tranquilamente en casa cuando de repente escuchó como alguien llamaba a la puerta sin usar el timbre. Oyó un ligero toque de dedos, que es la forma que tiene de llamar su pareja. Sin embargo, no esperaba a nadie.

Abrió la puerta y se encontró a su vecino de unos 70 años del piso de al lado, con el que ha cruzado dos palabras en toda su vida. A él vamos a llamarle V. Y a partir de aquí voy a intentar reproducirlo tal cual fue. V. comienza diciendo: «Buenas tardes, con este calor, usted, mujer trabajadora, vengo a ofrecerle un poco de leche fresquita que metí ayer en la nevera». En sus manos tenía un cartón de leche de la marca Pascual por daros algún detalle irrelevante más, e hizo hincapié en que era un cartón con tapón.

D. confusa, le contesta que no le gusta la leche. Y V. replica: «he contado con que esto podía pasar, así que si quieres otra cosa, mañana voy a hacer la compra y puedo traerte lo que quieras, que como mujer trabajadora, imagino que estara ocupada». D. zanja la conversación «no necesito nada, gracias y adiós». D. cierra la puerta, siente nervios, asco y enfado. D. se tuvo que beber un calimocho después.

Esto no es demencia ni amabilidad, esto es violencia machista. Esa idea que tienen algunos hombres de que todos los espacios son suyos, hasta nuestras casas son suyas por eso se atreven a llamar a la puerta de una mujer a la que no conocen, sin pudor alguno. Y ya si nos ponemos paranoicas, qué casualidad que llamase de la misma manera que lo hace la pareja de D., ¿no?

Estoy segura de que no ha llamado a la casa donde vive una familia con dos hijos, o aquella en la que vive un hombre solo.

Y lo peor de todo es como D. se siente. Enfadada con ella misma por no haber sido borde, por no haber contestado de otro modo. Es increíble como nos cuestionamos y castigamos a nosotras mismas cuando somos atacadas. Mientras tanto V. se ha ido tan tranquilo. V. está sin remordimientos de conciencia. V. seguramente ahora esté viendo la última temporada de Juego de Tronos, sin más.

El que te acosa con mensajes

Luego está el tipo que apenas conoces, tan sólo de haber coincidido en alguna asamblea o haber chateado en el messenger del Facebook, que últimamente me envía correos electrónicos a la cuenta del trabajo (no sé muy bien cómo la ha conseguido), cada vez que publicó en el blog para darme su opinión y decirme cuánto ha disfrutado con la lectura. Esto podría halagarme, que a la gente le guste lo que escribo es alucinante, que además te lo hagan saber es de agradecer de corazón.

La situación cambia cuando a ese tipo le has comentado, hace más de un año, que no quieres tener relación con él, además le tienes bloqueado en Facebook y Whatsapp (podría contar más detalles de esta historia pero aquí lo dejo). Debe ser que la palabra «NO» tiene más significados y yo los desconozco.

Él me sigue escribiendo porque como las mujeres estamos majaras y no tenemos muy claro lo que queremos, lo mejor será insistir, que quien la sigue la consigue. El caso es que tiene la necesidad imperiosa de hacerme llegar su opinión sobre mi blog. Ya sabéis que las mujeres no podemos vivir sin saber la opinión de los hombres, su opinión sobre nuestro cuerpo, su opinión sobre nuestro intelecto, su opinión sobre cómo nos comportamos, su opinión sobre nuestro estado de ánimo cuando tenemos la menstruación, su opinión sobre cómo deberíamos ser feministas…

Entonces yo contesto con silencio, que también es un modo de responder, y como el tipo continúa, me veo obligada a pedirle que por favor no me escriba más y menos aún al correo del trabajo. ¿Y qué creéis que ha sucedido? Pues que ha vuelto a escribir, en esta ocasión para contarme lo que le ha encantado la entrada ‘Con gusto’.

Esto no me halaga, esto me cabrea. Seguro que hay gente que piensa que el tipo es un romántico, un intrépido aventurero que asume riesgos para conquistarme. Pues os voy a decir una cosa, es realmente un acosador. El tipo es un hijo del patriarcado ejerciendo sus privilegios, y es por ello que ni siquiera se plantee cómo puedo sentirme yo, si me asusta (no lo haces así que ni lo pienses), si me enfada, si me intimida, si me agobia, si me incomoda, si no lo quiero. El tipo está empezando a rozar mi límite.

Digamos que el resumen de cada historia sería el siguiente: el que «te cuida» por tu seguridad, incidiendo en tu inseguridad; el que te ofrece «un regalo», invadiendo tu espacio; y el que «elogia» tu trabajo, aún sabiendo que no lo quieres. Y el hecho de que protestemos ante esto, para mucha gente implica que somos histéricas, rancias, mal folladas y unas desagradecidas. Porque más nos valdría agradecer lo que hacen los hombres por nosotras, aunque sea en contra nuestra voluntad, aunque sea violento.

Ahora decidme que el feminismo no es necesario y que las mujeres lo tenemos todo ganado. Decidme que estas tres historias no tienen nada en común, no tienen un patrón, una misma causa estructural que radica en el sistema patriarcal y sus valores machistas. Aseguradme que cualquiera de estas situaciones y por supuesto otras peores, no le habían sucedido antes a otras mujeres en otros lugares. Prometedme que mañana no van seguir pasando. No podéis hacerlo.

Que quede claro que nosotras intentamos ser felices y a veces lo logramos, pero nuestro día a día es una mierda. Nuestro día a día es lucha, nuestra simple existencia implica resistir. Nuestro día a día es violento. Nuestro día a día es supervivencia, es una batalla y nuestra vida una guerra, que ya lo dice Irantzu Varela. Que yo no quiero sentir rabia y escribiendo casi rompo el teclado.

Quiero que ganemos esta guerra

Podríamos empezar por aislar a los enemigos, a los que perpetúan este sistema. No es necesario encerrarles en una habitación y después prenderla fuego. Por lo pronto me conformo con que si tenéis un amigo taxista, le recomendéis por las buenas, si sigue ya veríamos, que no nos llame guapas nada más entrar en el coche, ni nos mire como si quisiera que le hiciésemos una felación mientras conduce.

Si sabéis de hombres que le vayan ofreciendo leche fresquita a las mujeres, no les vendáis la leche por favor o al menos no les vendáis la marca Pascual, o sugerirles que no llamen a la puerta de quien no les ha invitado. Si también da la casualidad de que tenéis un colega que anda acosando con correos electrónicos, llamadas desde números desconocidos o mensajes de cualquier tipo, pues qué sé yo, cortadle el ADSL, robadle el móvil, el ordenador, el portátil, dejadle sin luz en casa. Hay miles de opciones, tan sólo hay que pensarlas un poco y actuar.

En fin que con quienes podamos, dialogaremos para que se unan a la causa pero a este tipo de peña hay que hacerles boicot.

Si no fuera porque estoy rodeada de personas bonitas en las que encuentro la certeza de tener apoyo, seguridad, cuidado y alianzas, creo que me daría por vencida. Pero luchar contra esto no me lo debo solo a mí misma, se lo debo a mi gente. Y mi gente me lo debe también a mí. Nos lo debemos. Así que aunque estemos agotadas y destrozadas, sigamos… porque nuestro día a día también es violeta, nuestro día a día también es feminista.

9 comentarios en “Nuestro día a día”

  1. También yo me siento así muchos días de mi vida, impotente y cansada. Es una lucha diaria..,me parece un proceso tan largo hacia la igualdad el q estamos viviendo… Pero gracias a la gente que nos rodea que la ves con las mismas ideas d lucha… Te levantas y sigues ! Me encantan esas ideas !! GRACIAS

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  2. Es real, nos sentimos así a diario: como terreno de conquista, sin vos y encima tenemos que aguantar el miedo y la culpa que la educación nos ha inculcado como mujeres. En fin… Hay que seguir luchando! Gracias por la entrada, compañera!

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  3. Y mientras te leo, sentada en un banco en la calle, en mi descanso del trabajo, me tomo un platano para aguantar hasta la comida y tres hombres al pasar me han deseado «buen provecho».
    Lo peor? Esta mañana apunto estuve de cambiar el platano por una manzana, que provoca menos…

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    1. Muchas gracias por tu comentario y vuestros comentarios. Que compartamos nuestras historias me hace ver que no estamos locas, que estas cosas nos suceden y violentan. Y las debemos afrontar en colectivo. También, concienciar sobre ellas porque parece que no es nada ofensivo que alguien te desee buen provecho mientras comes, o que te lance un piropo, o que te toque alguna parte de tu cuerpo, y así podría estar poniendo ejemplos hasta el infinito.
      Gracias de corazón!!

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  4. Estoy de acuerdo contigo.Lo del taxista me ha recordado una que me pasó cuando tenía 17-18 años, la primera vez que fui al ginecólogo. Fui al de mi madre, con mi madre, un médico privado, una «eminencia». Bueno pues la enfermera nos hace pasar al despacho de su eminencia, se levanta a recibirnos, me mira de arriba abajo y exclama (ignorándome, dirigiéndose a mi madre):»¿Esta es tu hija? ¡Pero que guapa, si parece una folclórica!» Después ya sabéis lo que toca :»Pasa y desnúdate». Todo precioso.

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