Estamos de resaca, de resaca emocional. Con la casa desordenada, las pancartas tiradas por el salón, los restos de pintura violeta en la piel, las camisetas a juego pendientes de lavar, los carteles sobrantes en algún pasillo, el móvil petado de fotos y vídeos. Son los retales de la vida después del 8 de marzo. El escenario inevitable tras un largo día de batalla. En las calles aún resuenan nuestras voces, todavía resisten nuestras pintadas, aún somos tendencia en las conversaciones de la gente.
La vida después del 8M sigue, pero ya no es igual. Lo presentíamos. Lo deseábamos. Lo sentíamos. El 8 de marzo ha venido a cambiarnos. La Huelga Feminista ha sido un éxito. Y ahora andamos con el cuerpo agotado, el corazón ilusionado, el fuego en la boca, la mirada cómplice, las garras afiladas, la esperanza recargada, la actitud combativa y la sororidad derrochada. No hay marcha atrás, tenemos la certeza de que la revolución ya es feminista.
Dicho esto, voy a dedicar unas palabras a distinta gente que espero, me ayuden a explicar lo que siento.
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