Lo que me conmueve

Con gusto

El otro día charlaba con una amiga sobre como la vida juega con nosotras todo el rato. Nos pone pruebas, nos manda señales, personas, objetos… sin avisar y en los momentos más insospechados para aprender vete a saber qué. Hace una semana, me encontraba bailando con la sonrisa marcada y los ojos cerrados. Con el cuerpo tranquilo y el sueño cambiado. Con el ritmo adecuado y el calor azotando. Entonces un amigo me tocó el hombro, salí del trance, abrí los ojos y en su mano tenía una moneda que había encontrado bajo la tierra. Me dijo asombrado: «¡Mira, es de Nicaragua!».

Acabo de regresar de ese país y mientras bailaba es muy probable que estuviera intentando estar allí de nuevo. El capitalismo y su libre mercado o la vida colocó allí esa moneda, que no era nuestra. Así que decidimos seguir danzando al son de la música balcánica.

Yo no tengo los ojos rasgados ni los pómulos marcados. No luzco el cabello negro ni la piel oscura. No pronuncio con un acento encantador. No conservo la sabiduría de mis ancestros, ni practico sus rituales, tampoco recuerdo sus canciones. No hablo bien de mi patria, ni la recorro con los pies descalzos… Si me comparo con aquello que he visto, parezco de otro planeta. Un ser inadaptado, alejado de su esencia y sin memoria. Y para más inri arrastrando una historia vergonzante marcada por el espolio, la violencia y la colonización. Me han hablado de los protagonistas de esa historia, como «mis antepasados», y yo sinceramente pienso que, por suerte o por desgracia, son ya más suyos que míos.

Lo curioso es que a pesar del dolor, percibo que nos observan sin demasiado rencor. Y lo cierto es que a pesar de las diferencias, siento que a esa tierra le pertenezco.

Vivo en la abundancia y me sobran privilegios, al mismo tiempo soy una oprimida con escasos derechos. Cuando me dan las gracias, contesto «de nada» en lugar de «con gusto». Suelo mirar mil veces hacia atrás cuando me marcho de donde he amado, así que ahora ando con el cuello roto y el pecho hundido. Los relojes ya no marcan la hora correcta, el Sol sale de noche y la Luna por el día. Creo que he conversado pero en realidad he platicado.

Regresé inquieta con ansías de más. Y al final ese es el asunto, que siempre regreso. Algunas voces me calman diciendo que es necesario anclarse en algún lugar. Sin embargo, yo tiendo a anclarme a personas, a emociones, a sabores, a sonidos, al presente… que no puedo aglutinar en un único punto cardinal.

Sí, lo sé, ahora me diréis que cada vez que vuelvo de un viaje digo lo mismo. Pero qué le hago si soy una intensa de la vida y cada destino me influye. Y es que sí, hay destinos que me susurran, otros que me cuestionan, me acarician, me empujan, me llaman a gritos o me retan.

En Costa Rica comenzaron las carcajadas, la adicción a la Imperial, la tregua con los imposibles, la adrenalina del canopy, la sensación de humedad y serenidad, las noches viendo El Tornillo (no vaya a ser que se nos olvide que somos feministas), la conexión con la naturaleza, sus colores y melodías. Aquí empezamos a echar de menos a quienes acabábamos de conocer. Aquí floreció nuestro interés por las historias de la gente. Este país nos acogió y despidió unas cuantas veces.

En Panamá nos devoraron las chinches y poco más… Bueno no, hubo más, cambiamos de marca de birra, de moneda, de franja horaria y nos regalamos paisajes, increíbles paisajes. ¡Ah! descubrimos que el manspreading también puede hacerse en un barco, podéis ver El Tornillo si no sabéis qué es. Y lo más importante nos percatamos de que dentro de nuestra manada, había una matriarca que de forma natural desempeñaba las funciones necesarias para poner cordura, sabiduría, sensatez y llevar el bote con el dinero. No era yo… Matri te lo debemos todo.

Después, un pequeño trozo de Nicaragua nos atrapó, también nos timó nada más llegar. Fueron tres dólares, pero joder nos engañaron. Entre medias las hemos pasado sorteando el acoso callejero machista y la picardía, trasnochando, vacilando, tomando, bailando, charlando y besando. Aquí hemos elaborado los mejores chistes feministas y adjudicado motes a todos los habitantes de un pueblo, que si Pitukis, que si Matuno, que si Queer, que si Mowgli, que si Muscules, que si Asesino de mujeres…

También, nos han llegado relatos de niños regalados, de conflictos inventados o sin ir más lejos del apodado Mowgli, un chaval que conoce el significado de la palabra lactante muy bien por cierto, y que lleva años sin llamar a su madre para que así no le eche de menos cuando le maten.

Abandonamos Nicaragua con un llanto silencioso e imparable. Aún no estoy del todo segura de lo que sucedió allí. Pero me marché y aún sigo agradecida por tu música en directo, tu mirada pura, tu colgante de madera, tu intensidad, tu respeto e interés. Que nunca antes me habían preguntado cuáles son mis pasiones, y así fue como ahora las tengo claras. Es verdad, la vida juega con nosotras todo el tiempo y ahora toca indagar con paciencia sobre el motivo por el que nos encontramos.

Esta entrada está llena de anécdotas y guiños a quienes conocimos, pero sobretodo a mis compañeras de viaje, parte de mi manada en la que protejo y me protegen. Mujeres potentes, luchadoras, salvajes, que se reconocen vulnerables, otras veces inseguras o en ocasiones incoherentes, pero que tratan de ser libres, que sienten con pasión y que van a acabar con el heteropatriarcado, os lo aseguro.

Sólo puedo daros las gracias amigas, porque no sé cómo lo hemos hecho pero entre todas hemos tejido un pequeño matriarcado en el que estamos aprendiendo a amar con la más autentica sororidad, a nosotras mismas, al resto del mundo, a la vida.

Y por favor, si queréis contestarme, tan sólo decid: «Con gusto».

1 comentario en “Con gusto”

¿Algo que decir?