Lo que me conmueve

Historias sobre mi padre (Último capítulo)

Y aquí llega el final de este cuento, el cuarto y último capítulo. Me gustó mucho escribirlo, he disfrutado releyéndolo y haciéndole retoques. Y espero que contagie un poco de ese goce.

al-fin

Mi padre solía decirme que cuando su vida le aburría, acudía al bosque para tomar un camino sinuoso de leves inclinaciones y rocas afiladas, que le conducía hacía un mundo lejano donde habitan los personajes de los cuentos más populares.

Me contaba que era un camino que no podía descubrirse, a no ser que conocieses la contraseña que habían establecido los gnomos del bosque, que por prudencia tenían costumbre de modificarla cada cierto tiempo con el fin de evitar intrusos. Añadió que solía visitar aquel mundo durante días, pero que allí el tiempo transcurría más rápido, de tal modo que para los seres humanos tan sólo era una noche enlazada con su amanecer.

Incluso llegó a indicarme el lugar en el que se hallaba el camino, pero no me reveló su contraseña por seguridad, según él. Para salir de aquel lugar y regresar a casa, debías pronunciar de nuevo la famosa contraseña, y si por lo que fuera se te olvidaba y la repetías mal tres veces, quedabas atrapado allí para siempre. Me imagino que era como el código pin de los teléfonos móviles que existen ahora, y que necesitas desbloquear con la ayuda de tu compañía.

Cuando ya quedaba poco para mi tan esperada mudanza, decidí pasar mucho más tiempo con mi madre. Me pidió por favor que eligiese un día trece para marcharme de casa. No quise preguntar el motivo, así que el silencio se desplegó por la habitación, y yo cumplí el ruego de mi madre unos días más tarde. Nunca me ha parecido que el número trece trajese mala suerte, pero la verdad es que no me gustaba demasiado. Me recordaba mucho a la perdida de mi padre, y no me producía tristeza, más bien me inquietaba.

La vida como independizada me encantaba, me sentía libre y dueña de todos mis actos y decisiones. Disfrutaba envuelta en la soledad de mi hogar, y gozaba con la compañía de mis amistades cada vez que me hacían visitas. Era una situación perfecta.

Con el paso de los años, realicé varias mudanzas más. Cambié mi primer piso por uno más grande, después por uno más luminoso, más tarde por uno más pequeño y así me mantuve hasta que encontré el hogar en el que me encontraba más cómoda, pero siempre elegía viviendas que se encontrasen cerca de mi madre. Compré una cama gigante donde podía estirarme por completo y encima de ella es donde decidí abrir la caja de hojalata que me había dejado mi padre.

Quité el celo que sujetaba la llave en uno de los laterales. Y mientras la usaba para abrir la caja, sentía las palpitaciones de mi corazón retumbando fuertemente en mis oídos. La abrí, en su interior había una flor de pétalos blancos que desprendían un aroma adorable. Debajo de ella, había un viejo papel amarillento que contenía un mapa cuyo lugar de partida era la casa de mi madre. Al darle la vuelta al papel, vi que había una palabra que decía: ‘Caracol’. La verdad es que no sabía muy bien qué significa todo eso…

Necesité algunos días para encontrar una explicación, que por supuesto no era racional. En mi opinión, aquel mapa llevaba al camino del bosque en el que mi padre decía abandonar su rutina. Y aquella palabra era la contraseña para poder acceder a él. Me vestí con mi mejor ropa de montaña dispuesta a dirigirme al bosque, con la esperanza de poder reencontrarme con mi padre, o como ocurre con los móviles recordarle la contraseña para que pudiera escapar.

No podía entretenerme mucho, ya que como mi padre me advirtió, los gnomos del bosque cambian la clave cada cierto tiempo y esperaba poder llegar antes de que eso ocurriera. Mientras me dirigía hacia el bosque, me preguntaba si no me habría vuelto loca por la ausencia de mi padre.

Fin.

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